dijous, 19 d’abril del 2012

Si todos fuéramos iguales... que aburrido sería el mundo

Hora de volver a casa. Estoy en Barcelona ciudad, Mallorca con Meridiana, y tengo que subir al autobús número 33. Es el que estoy acostumbrado a tomar, pero tiene la mala virtud de pasar cuando el semáforo de peatones está en rojo. Hoy parece que no va a ser diferente, sin embargo, el semáforo para vehículos se pone rojo justo cuando el 33 va a pasar. Pero mi orgullo me impide subir, hoy haré una cosa nueva.

En la marquesina observo el recorrido del 34, que tiene una ruta parecida al 33. Miro y remiro intentando percatarme de las diferencias en el recorrido, para comprobar que me va bien. Convencido de que sí, llega el autobús 34, poco después de que marchara el 33.

Subo y saco la tarjeta de transporte, marco el viaje y me adentro en el autobús. Como siempre cojo el 33, que es doble, me sorprendo al cerciorarme de lo corto que resulta el 34. Me quedo en un rincón de pie, me coloco los auriculares en la cabeza y con unos toques a la pantalla del móvil empieza a sonar música. De un bolsillo saco un Kinder Bueno, que será parte de mi almuerzo (que no desayuno) y parte de mi merienda, y doy buena cuenta de él en un periquete.

Llegamos a la Diagonal y miro a un lado y a otro, intentando encontrar, tal y como promulga el anuncio de ING Direct en la radio, las oficinas que deberían estar en Diagonal, 475. Miro a un lado y otro, sin éxito. Y en una de las paradas sube una señora que había venido con paso ligero hasta el autobús, como haciendo ademán de correr, por si se le escapaba. De mediana edad y no de mal ver. Se sitúa a mi lado, recordando que yo estaba de pie en un rincón (para cochecitos de bebé y sillas de rueda para más señas), y de pronto la llaman por teléfono. Ajeno a su conversación sigo buscando la oficina, de nuevo sin éxito.

Finalmente, la señora baja, pero por algún extraño motivo una fragancia me recuerda a ella. Entonces mis pensamientos apuntan todos en una dirección que es sobre los anuncios de perfume.

Muchos de estos anuncios pretenden que nos identifiquemos y que nos identifiquen con una fragancia, un perfume determinado. Venden su perfume como algo exclusivo, algo que debes adquirir para pertenecer a los de su clase. Te hablan, te dicen cosas según si eres hombre o mujer. Según si eres joven o viejo.

Su único objetivo es que cale su mensaje en tu interior y quieras ser tan exclusivo que uses su perfume para diferenciarte del resto. Pero esto, llevado al extremo, resulta inverosímil. Pensémoslo bien.

Si todas las mujeres jóvenes usasen el mismo perfume porque es lo que las identifica como mujeres y como jóvenes qué aburrido sería el mundo. O lo mismo sucede con los hombres maduros. Si todos usasen el mismo perfume qué aburrido sería el mundo.

Y esto llevado al extremo viene a decir que si todos fuéramos exactamente iguales, de aspecto similar y con los mismos gustos, qué aburrido sería el mundo.

Seguiremos reflexionando.

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